jueves, 27 de enero de 2011

Rimas y Leyendas LIII

LIII

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.


Pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres…

¡esas… no volverán!


Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.


Pero aquellas, cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día…

¡esas… no volverán!


Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar,

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.


Pero mudo y absorto y de rodillas

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido…; desengáñate,

¡así… no te querrán!


Poema de Becquer y ahora, prácticamente, del que lo recuerde o memorice. Estas rimas fueron publicadas en 1871 bajo el título de El libro de los gorriones. Es curioso que luego se hayan publicado con el nombre de “Rimas y Leyendas” denotando un carácter [muy] humilde por parte del autor. El nombre no es ni “poemas”, ni “poesía”, ni “canciones”, ni alguna metáfora, juego melancólico, etc. Simple y casi ridículamente “Rimas”. Vale lo mismo para cada poema que carece de título o nombre, los anuncian o anteceden números romanos como una mera lista, un simple recuento.

La estructura de la rima se comporta como un ABCD EBFD o, por comodidad, xBxD xBxD dado que no existe ninguna rima entre los versos impares (golondrinas, cristales, refrenaban, nombres, madreselvas, hermosas, rocío, día, etc.). En el primer verso se anuncia ya una palabra que insistirá también en las estrofas impares: “volverán”. Volver es siempre una nostalgia, es siempre el final de un periplo, la consumación de un acto o el trazado último de un círculo. Ya sea una “vuelta” que deja tras de sí el fin primero de la empresa o viaje, ya sea que se “vuelve” al punto que producía la nostalgia y la añoranza. No se vuelve ni vuelve alguien sin haber dado comienzo a algo: un viaje, una partida, una empresa. Por ello mismo volver repite, reitera el espacio del que se partió o la acción que dio comienzo. Pero esa nostalgia, esa repetición nos aparece en futuro imperfecto o simple de indicativo (“volverán”); lo cual convierte a la expresión en una especie de promesa, de vaticinio o profecía. Todo presagio advierte sobre algo cuyo hecho, ciertamente, aún no ha tenido lugar. Será, pues, repetido, reiterado y a la vez finalizado aquello que dio comienzo: “aquello que ya ocurrió, ocurrirá nuevamente”.

Cada “vuelta”, cada presagio en el poema tiene una contrariedad que aparece en la siguiente estrofa después de las que inician con “volverán”, la cual está expresada con el adversativo “pero”. Cada advertencia tiene entonces un adversario, cada vaticinio tiene [sus] “pero[s]” esperándolo en el primer verso de la siguiente estrofa: 1er estrofa -verso 1ero “Volverán las oscuras golondrinas”/ 2da Estrofa – verso 1ero “Pero”; y así siguiendo ese mismo “versus” presagio/contrariedad del presagio en la forma volverán/pero. Esos “versus” se dan en esas estrofas entre lo que se predica y la contrariedad o controversia de ese predicado, es decir, la desventaja o contra: “Volverán/pero/no volverán”; “Volverán/pero/no volverán”; Volverán/pero/no te querrán”. Es así que vuelve aquello pero con una ausencia o una falta de aquello que retorna. Vuelven en las estrofas predicativas pero no vuelven específicamente esas en las adversativas dos y cuatro. En la sexta vuelven pero no cambia “quien” vuelve sino “cómo”. Si observamos esa forma vemos también que los dos “peros” son anafóricos marcados por el pronombre relativo “aquellas”; vuelven a referirse al sujeto del primer verso de la estrofa anterior en la segunda y cuarta estrofa. En la sexta estrofa la referencia no aparece antes sino después “Pero/ [ellos/as] no te querrán”. Así, rompe la estructura de las estrofas anteriores donde ese “volver” que nos hacía, precisamente, volver a la estrofa anterior para comprenderlo ahora parece inclinarse más por el tiempo de la expresión que por su semántica: “volverán” en futuro y “hacia adelante” ya que no aparece refiriéndose inmediatamente en ese primer verso (como lo hacía con “aquellas” en los anteriores” sino al final “así… no te querrán”). Ese “no te querrán” ahora está unido por una manera a través de un silencio que proponen los puntos suspensivos. Antes teníamos en la segunda y cuarta estrofa adversativa la doble referencia “aquellas/esas”, en la sexta estrofa ya no hay referencia; lo que hace que ese “querrán” quede a la deriva, suelto en esa tercera persona del plural que puede referirse tanto a “las palabras ardientes”, a quienes las profieren o a unos desconocidos "ellos".

Es curioso también que el yo del poema aparezca en el segundo verso de las estrofas “adversativas” siempre acompañado excepto en la rupturista sexta estrofa. En la segunda estrofa el yo está igualado por la conjunción “y” en el segundo verso como un “tu y yo”: “tu hermosura y mi dicha a contemplar”. Luego como un “nosotros” también en el segundo verso de la cuarta estrofa: “cuyas gotas mirábamos temblar”. Sin embargo, la sexta rompe con la compañía del “yo” poético y ahora está aislado y hasta separado por unos puntos suspensivos de una referencia a la segunda persona (“desengáñate”).

Se puede apreciar también que en las estrofas que anuncian la vuelta en la primera y tercera estrofa interviene la naturaleza: “golondrinas” y “madreselvas”. Las adversativas segunda y cuarta reciben y actúan respectivamente de/sobre la naturaleza: “aquellas que aprendieron nuestros nombres…”, aquí la naturaleza toma una acción sobre ese “tu y yo” mientras que “cuyas gotas mirábamos temblar” es el acto realizado por un agente donde el objeto son las gotas y, en el contexto de la estrofa, la naturaleza. La naturaleza actúa para “nosotros” en la primera y segunda estrofa y “nosotros” para la naturaleza en la tercera y cuarta. Así también se advierte una transformación propia en varias estrofas con lo que podríamos llamar una colocación: golondrina, nido, ala; refrenar, contemplar, aprender; madreselva, jardín, flores; rocío, gotas, lágrimas; amor, palabras ardientes, corazón; de rodillas, adorar, Dios, altar. Estas transformaciones se relacionan en cada estrofa y siempre en distintos versos pero le dan una cierta autonomía a la estrofa. Así, las estrofas adquieren un sentido propio que estará anexado por la anáfora o la catáfora, por ejemplo: podríamos hablar de un sentido o matiz “zoológico” en la primer estrofa (golondrina, nido, ala); un sentido “pedagógico” en la segunda (refrenar, contemplar, aprender); un sentido “vegetal” en la tercera (madreselva, jardín, flores); uno “melancólico” en la cuarta (rocío, gotas, lágrimas); “amoroso” en la quinta (amor, palabras ardientes, corazón) y “religioso” o “devoto” en la última (de rodillas, adorar, Dios, altar).

No está cargado de metáforas el poema y encontramos una dentro de una comparación: “y caer como lágrimas del día…”. La comparación de este verso es iniciada por “las gotas” y “lágrimas”. Sin embargo, aquello que se puede observar, es decir, lo “concreto” que se mira temblar y caer -las gotas de rocío- es comparada precisamente con una metáfora más “abstracta” o menos concreta: “lágrimas del día”. Toda la comparación se remite a la acción perfectamente conectada entre transformaciones y/o colocaciones con significados próximos o con metáforas: rocío/gotas/mirábamos (relación con la vista y los ojos)/lágrimas. La metáfora tiene una presencia, es decir, viene anunciada la semejanza: “gotas/lágrimas del día”. Esto requiere, empero, una pequeña aclaración. Se dice que toda metáfora tiene una estructura analógica, por ejemplo: “el ocaso de la vida”, sería, el ocaso es al día lo que la agonía o la muerte es a la vida. Sin embargo, esta “condensación” en la metáfora pone a la misma en su propio ocaso. La metáfora queda “penetrada” o “descifrada” haciendo que ya no dispare significados ni interpretaciones varias. Veremos así que en este caso la comparación iguala las “gotas” a las “lagrimas del día” pero lo que sean estas últimas no lo sabemos si no se diera la comparación. Por tanto si la metáfora se da en presencia de esas “gotas” que se comparan a una metáfora, la misma, se da en ausencia. Así, las “gotas” de rocío tienen relación con las “lagrimas del día” pero estas últimas no son necesariamente “gotas” de rocío. Puede que el día en el poema tenga ojos y llore o que se vean diariamente lágrimas.

Hay un momento en que el profeta, el vidente de este presagio, vacila. Conoce el presagio, el porvenir, lo que viene es seguro y este vidente sabe lo que le sucederá a esa segunda persona. Y, sin embargo, duda cuando debe anunciar algo acerca del “corazón”. En la anteúltima estrofa titubea esa voz, se atenúa su firmeza y reza “tal vez… despertará”. Hay un lugar del que no le es posible afirmar, un lugar que se localiza en el “corazón”. Corazón en un letargo (“profundo sueño”), inactivo e inconsciente que puede abandonar ese estado que puede ser tanto volver de la muerte para el cuerpo de ese corazón (como músculo) o en el marco de la autonomía que consigue la estrofa (amor/palabras ardientes/corazón) el sentido figurado clásico (núcleo o sistema central de los sentimientos). Lo que sea, le está vedado o no está interesado en anunciarlo. La contingencia del “tal vez” deja inscrita la duda del presagio o el desinterés por ese aspecto.

La última palabra de la última estrofa rima con la primera del poema; casi anunciado por el comienzo y terminado con el mismo “ritmo” del anuncio. Es la estrofa, sin embargo, que quiebra la “forma” que adquiere el poema en las restantes. Ya no encontramos un verbo en infinitivo en la última palabra del segundo verso (B). Como habíamos dicho ya no hay referencia hacia atrás; el adversativo no viene acompañado de una anáfora -es decir, de una referencia hacia la estrofa anterior- como las precedentes estrofas “adversativas”, sino por una catáfora (Pero/como yo). Aquí aparece una segunda persona pero muy marcada por el imperativo “desengáñate”. Es decir que la voz de la poesía se dirige abierta y directamente a aquel que está del otro lado suplicándole u ordenándole por única vez en el poema y, esa única vez, esa fuerza de singularidad, es utilizada para un solo grito, cuya exigencia es el des-engaño.

Es de observar que en ninguna parte del poema hay un adjetivo o sustantivo que delate el género ni de la primera persona, ni de la segunda. Puede ser una poetisa que le habla a su amado o viceversa. Tal vez es un Narciso hablándole al espejo o un dios traicionado por un fiel que ahora adora a Dios. Sea la voz de quien y para quien, la cuestión es el límite del poema en cuanto que es una predicción. Como tal, el límite de la predicción es su cumplimiento. Dado que esta predicción no posee tal cosa debemos aceptar la incertidumbre. Paradójicamente es ésta la que sostiene por siempre el poema que, sea donde sea leído, siempre se mantendrá en predicción. Puede haberle ocurrido a alguien pero el poema siempre se sostendrá en esa incertidumbre y contingencia profética de esa tercera persona del plural de la última palabra “no te querrán”. Se trata de “las palabras” o de “ellos”, esos ellos otros que están fuera del poema. Ese futuro simple será por siempre, cada vez que se produzca esta lectura, en esa profecía por venir, en esa advertencia perpetuada y siempre por perpetuarse. Esa última frase, ciertamente, sella la incertidumbre (ellos), la vuelta (las palabras) y el final.

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