martes, 6 de septiembre de 2011

Unidad en Ella


Unidad en Ella

           
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

Si la crítica como dice Barthes y Stanley Fish, es un constante "estar equivocado" y por ello una cierta sensación de ridículo entonces aquí no hay de qué preocuparse porque no somos críticos (aunque estemos igualmente equivocados). El poema de esta entrada apareció publicado por primera vez en 1935 en un libro titulado "De la destrucción o el amor". Es probable que en realidad fuera publicado con anterioridad en una revista cultural o literaria entre 1932 y 33 pero no disponemos de esa información, ni de tiempo para corroborarlo. Pertenece al escritor y poeta Vicente Aleixandre quien es considerado dentro de la Generación del '27.

Desde el título el poema nos invita a pensar en la posibilidad de encontrar algo delimitable y delimitado, singular, individualizado en un lugar por medio de la preposición “en”. Pero resulta que el lugar no es un espacio localizable sino una persona, o, al menos, una personificación femenina: la palabra, la poesía, la naturaleza. Se va a nombrar o se va a buscar aquello absoluto y delimitado en la tercera persona. La tercera persona indica que de quien se va a hablar no se encuentra presente o se toma una distancia de ella. Pero esa distancia no aparece en el poema dado que a quien se refiere lo hace en segunda persona, como si se encontrara, al contrario, próxima a la voz lírica. Al parecer, la distancia entre el título y el contenido del poema se debe a que esa “unidad” no puede encontrarse a la distancia sino en un determinado escrutinio cercano y próximo. Tiene la forma de una especie de exploración o expedición científica: anuncio lo que voy a buscar y luego lo busco de lleno frente a frente, de cerca. El tiempo de los verbos principales indica que la exploración se lleva a cabo en concordancia con la acción poética.

El título del poema, el hecho de que los primeros dos versos sean endecasílabos (muy utilizados en el renacimiento) y la descripción sin contacto físico coincide, junto a esa búsqueda de unidad, con la vieja idea del neoplatonismo que utilizó el amor cortés para sus temas. La unidad, o el Uno, lo Uno como la idea de Dios de naturaleza inexplicable pero aplicable místicamente, conformaba el ideal de búsqueda de la unión con el mismo, la unión del hombre con Dios o con lo divino (idea retomada por los románticos). De ahí que la mujer era un objeto de contemplación y de acceso a lo divino pero no por medio de los apetitos carnales sino por la evasión de los mismos. Leemos en el segundo verso rostro amado donde contemplo el mundo, pero al parecer los fines están invertidos: si el amor cortés era un acceso a lo inmaterial desde lo material esto es un acceso desde lo inmaterial a lo material. El tema del poema será entonces una discusión con el pasado cuestionándose sobre esa posible unidad, divina o no, en lo femenino.

El poema comienza con un clima alegre y encomiástico (feliz, amado), sentimental o romántico, en lo que parece una especie de locus amoenus (un lugar idealizado que sirve de refugio el poeta) ya que el lugar, como dijimos acerca del título, es un cuerpo, es una figura (cuerpo, rostro). La contemplación de ese cuerpo y esa identidad (rostro) permite al poeta ir de lo particular a lo total y diverso (el mundo), al contrario del locus amoenus donde el poeta se refugiaba para expresar su sufrimiento por la amada. El poeta invierte este concepto y el de beatus ille (huída hacia la armonía de la naturaleza) puesto que hay un acceso a la naturaleza situado en ese rostro y no huyendo de él: donde graciosos pájaros se copian fugitivos, (…). Nótese que lo que escapa o se fuga es la naturaleza y no la primera persona hacia ella; y lo hace perdiendo su identidad (se copian). Así, no es el poeta el que busca un refugio en un lugar ideal sino que la naturaleza misma realiza su propio lugar idealizado para escapar volando a la región donde nada se olvida.

En el primer verso vemos que el cuerpo se disuelve en las manos del poeta, el cuerpo es metaforizado en líquido y pierde su unidad entre las manos del poeta. Esta transmutación del cuerpo en líquido posee también un carácter erótico y hasta algo transgresor contra la idea de la transubstanciación del cuerpo en carne, en algo sólido. Pero al parecer ese “cuerpo” tiene una forma concreta y delimitable desde fuera Tu forma externa, diamante o rubí duro, (…) pero cuando pasa por las manos se convierte nuevamente en algo abstracto brillo de un sol que entre mis manos deslumbra, (…), como si el contacto deshiciera la contemplación (si deslumbra es porque enceguece), la unidad y hasta el tacto. Hay que observar también que no hay un contacto hasta la última estrofa beso. Por ahora la voz lírica contempla, describe y escucha pero no puede tocar. Se produce siempre una alquimia del cuerpo y de la forma. La forma misma es proteica y cambiante: es convexa (diamante o rubí), luego es inmaterial (luz), luego es cóncava (cráter). Detengámonos un segundo en la segunda estrofa. Hay en ocasiones muchas convenciones de que el surrealismo o la “vieja” vanguardia se conforman en una amalgama de sonidos, imágenes, figuras, correspondencias, etc. sin sentido. Tal vez esto no sea siempre tan justo. No vamos a extendernos mucho sobre esto aquí. Sólo mencionaremos algo conocido como “asociación libre” o “asociación de ideas” en la cual dos elementos dados (objetos o pensamientos) se relacionan mediante algún atributo. ¿Metáfora? Diremos aquí que no. Aunque relacionadas, la metáfora por excelencia nombra una cosa por otra (sin necesariamente aclarar lo que reemplaza). En cambio, la “asociación libre” (que nunca es libre) relaciona dos elementos sin emplear lazos lógicos para dicha relación, por ejemplo: pájaro, almohada, perla. Las relaciones que operaron podrían ser: pájaro-cuerpo-plumas-utilidad humana-relleno para almohadas-color de la almohada-blanco-comparte color con una perla. Las razones causa-efecto son meramente explicativas pues no son reflejadas, ni pueden serlo; permanecen ignotas pero conjeturables así como la elección de los objetos. Veamos ahora ese delgado hilo conductor para la segunda estrofa. Una propiedad del diamante es el brillo; dicha propiedad solo puede reflejarse si hay luz; un sol provee de luz natural; nuestro sol por diversos mitos y fenómenos se relaciona con el satélite de la tierra, la Luna (“cráter” como metonimia de la misma en el poema); el color de la Luna es similar al de unos dientes (color similar por “norma” claro). Algunas relaciones puede aparecer sin un orden determinado: forma y música por ejemplo. El poeta no intenta decirnos que el mundo es un sueño o una realidad sino que aquello que está ahí fuera, los estímulos, pasa por un orden (gramatical en este caso) que el pensamiento les da y el lenguaje exhibe. A su vez, la ausencia de un orden lógico nos plantea la cuestión acerca del orden que el lenguaje da al mundo. Por ello la unidad en ‘ella’ se busca por medio de la poesía; como ya dijimos los tiempos están en presente, por lo que el poeta tal vez ya sepa como concluye esa expedición que realiza pero deja que el poema se lo diga (Deja, deja que mire).

 Es notable que el poema, como muchos de Aleixandre, no tenga un orden en su estructura superficial o, en lo que podríamos llamar, en su lectura ordinaria (de principio a fin). Como cuando despertamos y no recordamos exactamente qué soñamos ni podemos explicarlo coherentemente pero conservamos alguna sensación o intentamos darle un sentido al caos onírico. El mismo autor confesó en varias ocasiones haber leído textos como “La Interpretación de los Sueños”, colocando así varios textos en relación con los suyos. En el texto no hay representaciones de una realidad, ni nada que podamos confirmar como perteneciente a ella. A este tipo de poesía se lo define como “poesía pura” en donde el género hace uso de todas las posibilidades del lenguaje sin límites lógicos. De ahí que porque quiero vivir en el fuego sea una metáfora de la caída porque me arrojo, del paraíso perdido para dar en el infierno renuncio a vivir para siempre por el pecado luz vengadora; simultáneamente el fuego y sus correlatos están presentes en todo el poema y pertenecen a “ella” siempre brillo de un sol (…), quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera / no es mío, sino el caliente aliento / que si me acerco quema y dora mis labios (…) / quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente (…), tu crujiente pelo (…), [es todavía] un crepitar. Aunque el fuego aparezca como algo necesario para fundirse o unirse con el otro también representa la muerte. Varios actos volitivos del poeta muestran una falta consciente de autoconservación que coinciden con esa segunda persona y con lo que el poeta llama “amor”: porque me arrojo = porque quiero morir = porque quiero vivir en el fuego = quiero amor o la muerte = quiero morir del todo = quiero ser tú. Estas equivalencias indican que amar y morir para el poeta son la misma cosa o, al menos, están estrechamente relacionados; de hecho el nombre del libro es “Del amor o la destrucción”. Esto ha llevado a muchos teóricos a entender la disyunción “o” del poeta como una igualdad. El fuego queda así atrapado dentro del poema, definido dentro de sus propio juego pero indecidible por un solo significado.

El poema no explica por qué el amor es una destrucción o muerte pero varios textos de Freud señalan que el amor o el deseo de autoconservación no coincide directamente con el de la conservación de la especie. Uno de los ejemplos más famosos pertenece al reino animal donde la Viuda Negra, un tipo de araña, devora y mata al macho una vez concluido el acto de apareamiento. Varias películas y obras suelen abordar este tema como un suceso heroico: sacrificarse a sí mismo por los demás, por la conservación de la especie como el más grande acto de amor. Muchas objeciones se presentan a esta teoría psicoanalítica argumentando que el hombre es consciente y podría escoger la carencia de amor si sabe que va a morir o si hay algún riesgo de enfermedad. Nadie discute esto pero en la teoría del psicoanálisis (cuya meta es la explicación de una génesis general de la psicopatología), el ser humano originalmente debió abandonar un método de procreación impulsivo en pos de la conservación por uno selectivo en que se reprimieron las pulsiones sexuales para buscar un progenitor óptimo. Esto llevó a un desplazamiento de lo que llaman libido desde una función instintiva a una que algunos denominan “artística” (una especie de cortejo). Para el psicoanálisis este tipo de represión y selección es el “amor” y se encuentra estrechamente relacionado con la muerte en varios sentidos. En primer lugar, si fuéramos seres inmortales es probable que no buscáramos más que placer sin necesidad de la especie. La muerte, la supervivencia, la necesidad de perpetuar[se] es el amor que surge del conocimiento y riesgo de la muerte. En segundo lugar, de escoger resistirse a ese deseo o pulsión se genera una represión del mismo y en este segundo sentido podemos entenderlo como “destrucción”. En este sentido el poema es un canto a la auto-destrucción como amor y viceversa, es la sirena y el marinero. El poeta es el marinero atraído e hipnotizado por el canto (cráter que me convoca con su música íntima / con esa indescifrable llamada de tus dientes) que se lanza a la muerte (Muero porque me arrojo) y es a la vez la sirena que canta en su poesía su propia muerte pero se sitúa en una posición superior porque es consciente de su pérdida y la acepta.

En el poema hay dos momentos en los que se produce la acción, es decir, dos momentos dramáticos en que podemos ver el poema como un drama. Esos dos momentos están constituidos por la tercera y sexta estrofa (las cuales riman en su última palabra fondo – mundo). En la tercera el poeta se arroja, se lanza y confirma su decisión como volición (lo cual reitera en la quinta estrofa). En la sexta se llega finalmente al contacto físico (Este beso en tus labios) que todo el erotismo del poema prometía y nótese que es el único momento en que aparece la preposición “en” que prometía el título; estamos ante aquello que el poeta iba a buscar, ante la unidad. Esa búsqueda por la unidad se encuentra en ese acto de unión que es el beso. En el drama el poeta es un temerario, no le importa morir, de hecho quiere morir y busca la muerte como forma de sacrificio en el que pierde su identidad. Pero se trata de un sacrificio por el sacrificio mismo, no se sacrifica por alguien ni con el propósito de conseguir algo más (como un ritual sacrificial); el poeta se apropia de su muerte y su muerte misma queda en relación con él mismo por lo que ha logrado gobernarse enteramente. La discusión con el amor cortés, es decir, con el amor que buscaba la unidad en lo femenino se resuelve, precisamente, disolviendo cualquier tipo de unidad en la muerte, la pérdida de identidad, de lo uno o uno mismo. La unidad no se encuentra en un lugar divino sino en los confines del cuerpo del otro: quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente / que regando encerrada bellos miembros extremos / siente así los hermosos límites de la vida. El poeta no sufre, como lo haría un amante cortés, puesto que en todo el poema nunca se nos habla ni de sufrimiento, ni de dolor, ni de pena. Se podría pensar que el final del drama no es tan dramático como el drama que gira en torno a la acción (morir). Es decir, si el drama es la pérdida de la vida equivalente a la pérdida de la identidad y, a su vez, fusión con el otro en un erotismo que busca la interioridad o internalidad (tus entrañas, tu sangre), entonces podríamos decir que toda la parafernalia dramática llega a un clímax (la estrofa se extiende hasta siete versos y se repite varias veces Este beso en tus labios por distribución) que parece culminar con un simple beso. Pero el beso es un “estallido” retórico aunque no sea aún la “muerte-amor”.

Si nos detenemos un poco en los efectos y recursos de la última estrofa veremos qué lleva consigo. Este beso en tus labios, es decir, el acto de besar en una determinada parte del rostro tiene símiles (como una lenta espina, como un mar…, como el brillo…) y luego atributos (es todavía unas manos, [es todavía] un repasar…,[es todavía] un crepitar…). Es decir, se produce una condensación de lo que el acto de besar en los labios por medio de las analogías y metáforas. En primer lugar se lo nombra como una lenta espina, por lo que se le atribuye un fenómeno de movimiento a una formación vegetal. En la medida que apliquemos las huellas de lo que falta, es decir, del tiempo, veremos que se encuentra en la estrofa más larga y de hecho lenta (la estrofa con más comas debido a las aposiciones y explicaciones). La propiedad que se señala en la espina no es particularmente la del dolor sino la de su velocidad por lo que el beso es un contacto que puede “clavarse” lentamente sin preocupación por su dolor. El segundo y tercer símil son lumínicos, como si una tercera parte de besar fuera tiempo y las dos restantes contemplación. Como un mar que voló hecho un espejo, una propiedad del mar es también la de reflejar la luz, como la mayoría de los líquidos, por lo que su transformación se da por un cambio de posición (el vuelo) y de hecho el nivel del mar es la altitud considerada 0, y perfecciona esa propiedad reflexiva, se agudiza una capacidad. Lo líquido se vuelve sólido y queda descubierto y reflejado lo que había debajo. El tercer símil señala una propiedad lumínica en un miembro de las aves, como el brillo de un ala. Podríamos decir o bien que se aplica una nueva propiedad a una extremidad distinguible (no diríamos sinestesia porque ambos parecen pertenecer a la percepción visual) o que esa extremidad ha sido re funcionalizada (las alas tienen la propiedad de brillar). Si aceptamos que la metaforización anterior está mediada por el acto de besar entonces no sería extraño que un espejo sea similar al brillo de un ala también (recordando que brillo es emisión o reflexión de luz). Esa particularidad mencionada del “ala” es lo que importa, emisión y reflexión. Si agrupamos los símiles veremos que parecen acciones tremendamente eróticas: el movimiento lento que puede “clavarse” en cualquier momento (aunque esto no se menciona), el líquido que deja su lugar, descubre lo que hay debajo y se cristaliza y finalmente puede emitir un estímulo o reflejarlo. Pero si el poeta puede seguir cantando es que ese amor no está en el beso, aún no se ha concretado la acción final y eso lo vemos en el adverbio todavía y en que insiste aún como amenaza. Todavía es unas manos y puede escribir. Para no extendernos más sólo diremos que si la unidad en “ella” se buscaba en el amor cortés como acceso a lo Uno aquí la unidad se encuentra en la pérdida de uno mismo. En “ella”, en la poesía, en el cuerpo, no como tendencia hacía algo superior y desprecio del cuerpo sino precisamente como carnalidad o cuerpo. En el poema no hay interferencia sexual pero la contemplación del cuerpo, de ahí que esté plagado de campo visual, de luz, es un paso previo junto con la primera amenaza; el beso. Luego esa misma posibilidad de ver y deleitarse, gracias a la luz que tomará represalias (luz vengadora) se convertirá, no en un mundo divino, sino en secularización. La unidad más importante está en el mundo y no podrá “destruirse” (que en el poema es también el amor), es decir, no podrá resolverse con el mismo amor.

Para finalizar, en relación con la voluntad de morir, apreciamos lo que el género le permite decir al poeta: Quiero morir; quiero amor o la muerte; quiero morir del todo y explorar esa volición y el amor como muerte sin que lo juzguemos como un loco o un demente. Si esto apareciera en un anuncio o en una novela o un teatro atribuiríamos la locura al personaje que “habla” pero precisamente en la poesía es donde se puede cuestionar u exponer un conocimiento que el logos rechazaría. De ahí que varias teorías de Freud fueran repudiadas por su inmoralidad pero en la poesía el poeta tiene la posibilidad de no responder ante nadie por su actitud moral y se convierte en una posibilidad más de logos o, lo que es igual por igualmente olvidado, modernidad.