viernes, 13 de abril de 2012

Ante la Ley


            Decidí estudiar y vivir con la literatura aunque, a decir verdad, ésta me secuestró. La literatura nunca te pregunta, ni te invita, ni te pide permiso para ponerte en duda algo que dabas por seguro. Es un golpe súbito; ¡zas! levantas la cabeza y el mundo es otro. La crítica literaria es una rama a lo mejor inútil y poco rentable pero, a mi parecer, fascinante. Hay tantas teorías como filosofías para interpretar un texto. Las hay obsoletas y también que caen en desuso. Pero no existe la teoría literaria conservadora, no hay, hoy día, una crítica literaria que podría llamarse de “derecha”, es inexistente una teoría en este ámbito que fomente un mundo de las ideas inalterable e inmutable. Simplemente no hay. Las hubo, antes del Formalismo ruso (siglo XIX). Desde entonces puede haber una teoría literaria naif y otra preocupada por el hecho literario. No voy a distinguir entre ambas aquí; sólo diré que una de ellas puede derivar en críticos conservadores. Un crítico, a mi parecer, tiene entre muchas obligaciones, la de atenerse al texto. Jamás puede basarse en una ideología para determinar un texto; nunca, y es el error número uno de un crítico, debe un discurso crítico evaluar ideológicamente a priori un texto sin, por lo menos, hacer hablar al texto antes. He aquí que me encontré con un avaladísimo y reconocidísimo (no es el renombre) denominado y autodenominado crítico literario cometiendo los más ridículos errores de aficionado y las peores infamias contra la vocación. Si este sujeto, me dije, es el perro guardián de la literatura institucional y a la vez el encargado de seleccionarla y difundirla entonces me quiero apartar... Pero no puedo. No deseo ponerle un bozal, sólo denunciarlo.

Ahora bien, si yo hago una crítica ideológica del siguiente texto (lo cual es muy tentador) estaría siendo un crítico literario igual que el sujeto criticado pero con una ideología diferente. Una teoría como la del capital simbólico sería útil sin dejar de señalar la hiper-selección léxica en un sujeto desesperado por ser reconocido y ascender en una escala social (nótenlo al leerlo). ¿Solución? A mi parecer, la deconstrucción es una de las mejores estrategias para abordar un texto y leerlo, obliga a escuchar lo que el otro dice. Ésta no es una ideología sino una herramienta del pensamiento adecuada para el crítico; yo no soy un crítico institucional pero el siguiente sujeto es una institución entera. Mi pregunta es: ¿cómo es posible que un sujeto con estas características sea critico literario, poeta, novelista, ensayista, etc. etc. y encima avalado institucionalmente? El texto que será analizado lo pueden ustedes encontrar en


Esta es mi lectura:

Hay en este discurso crítico-literario una [in]cierta ideología política auto-declarada como evolucionada. Tan evolucionada que acusa el discurso del “otro” como peligroso y vacío, amenazando el estado evolutivamente superior de la primera persona. Es curioso porque el discurso evolucionista data de finales del siglo XIX y a la ciencia hoy poco le importa; sin mencionar que el sujeto del discurso hace una filosofía del evolucionismo (es mejor porque es posterior y sobrevive el más capacitado) y no existen dichas filosofías (una ética de ella nos llevaría a matar a los ancianos por economía evolutiva). Pero ello también es causa de una mirada vulgar del tiempo como si la presencia de lo presente valiera para desacreditar todas las civilizaciones pasadas (léanse todas las referencias al tiempo y recuérdese tal concepto analizado sólo desde el presente), como si el signatario, desde una perspectiva privilegiada, poseyera un Logos acumulativo gracias a todo el pasado que ha legado la forma más acabada de la Verdad. Atestigüe todo esto la fraseología: “son el resultado de una evolución de siglos”, “el tiempo ha demostrado la ineficacia”; “la experiencia histórica”, “resultante”, “progresión” “alcanzado después”, “rasgo evolutivo”. etc. Obsérvese la siguiente expresión: El sistema es una resultante de una progresión que se ha alcanzado después, incluso, de guerras mundiales[1]. Dice incluso como si las guerras (recordemos, una de ellas auspiciada por un discurso evolutista) hubieran supuesto un freno a la evolución humana (no refiramos los avances que una guerra trae) donde las guerras no son parte del proceso evolutivo del hombre sino errores. Según el texto, hoy, en el amparo del tiempo presente, todo país que está en guerra frena su evolución; España no entró en la guerra mundial y EEUU sí pero la “experiencia histórica” de este discurso no lo contempla. Asegura también la primera persona: El tiempo ha demostrado la ineficacia de las utopías (...). El tiempo, tratado aquí como una entidad (de eso ya hablaremos), nos ha traído hasta una no utopía porque de otra manera estaríamos en un momento ineficaz. Lo extraño aquí es que una visión del tipo evolucionista lleva al sujeto a suponer “el mejor de los mundos posibles”, lo que es “el mejor resultado posible” carente de toda teleología; el sujeto se sustrae al futuro (síntoma moderno) para [des]hacer la utopía. Hemos llegado, sin utopías, al mejor de los Estados posibles. El signatario sustituye el tiempo por su visión del presente: quiere un devenir-no utopia que es una utopia en sí.
            Dejemos de lado el rico párrafo y vayamos a este no menos llamativo: Nadie dijo que el sistema fuese perfecto pero establece un orden real por el cual regirse de manera universal*. Es tan universal que ha dejado fuera al discurso del otro. El discurso del otro no está regido por esa “universalidad” y es peligroso porque la amenaza desde fuera. Se asegura en el discurso un orden que tiene elementos no ordenados: una estructura que no sabe como acomodar a los de afuera y se siente vulnerable. Un aserto al comienzo del discurso dice El libro es una llamada a sordos para que armen mucho ruido; un fenómeno de distracción para hilar indignaciones con sesgo totalitario*. El discurso del otro que está fuera de la totalidad que el signatario defiende es totalitario. Si continuamos veremos La libre competencia ha de ser una realidad del sistema por el que todos nos regimos.* (Nótese ‘libre’ pero ‘regido’). Introduce un argumento económico de libre mercadeo. Hay unos libros en los márgenes del blog firmados por Ignacio F. Candela y es el mismo que firma el texto aquí analizado. El "otro" del que se habla firma un libro como Stephane Hessel y está regido por el mismo sistema que Ignacio F. Candela comprobable por el ISBN (International Standard Book Number) conque a ambos productos se les reconoce su calidad de libros y de productos. Estandarizados dentro del sistema y, sin embargo, Ignacio F. Candela desestima explícitamente un producto del mercado mientras ofrece otro junto al mismo. El libro de Hessel en el discurso no tiene favor alguno, su nombre no se encuentra en un espacio avalado por títulos y reconocimientos institucionales (como el de Candela), el libro de Hessel aparece solo, asolado, disminuido a unos pocos píxeles frente a la totalidad del discurso y renombre del signatario. Quien firma, así, Ignacio F. Candela propone un libre mercado en su discurso que no propone en su propio espacio público (de la ley del más fuerte se tratara en este análisis). Desde luego que Ignacio F. Candela se refiere a esa “libre competencia” como la posibilidad de su competidor de negarle su discurso en otro espacio público. Para que dos productos compitan por ser el mejor cada uno debe medirse con el otro, pero el firmante Candela en ningún momento compara ni iguala el libro de Hesse con alguna coincidencia, carencia, ventaja, discordancia, etc. con respecto a su producto. Al contrario, le niega la posibilidad de discurso porque es un discurso equívoco. ¿Por qué es necesario el libre mercadeo si permite que productos de discursos falsos como el de Hessen se fomenten y le amenacen desde “adentro”? ¿Acaso Candela promueve lo que desea destruir? ¿Por qué Candela propugna la libre competencia de productos pero no la de discursos y a la vez iguala discurso con producto juzgando falso el discurso-producto del otro? De hecho, juzgar falso el producto del otro no es de libre competencia, es competencia desleal. Si el más perfecto orden alcanzado, para Candela la actualidad, posee en sí mismo un espacio fuera del orden como es la libre competencia (puesto que no debe tener orden alguno para ser libre) ¿Cuándo podemos decidir que estamos fuera o dentro de la competencia para que sea libre? El firmante Ignacio F. Candela posee el registro de propiedad intelectual, eso quiere decir que su discurso puede devenir mercancía en el mercado bajo el permiso y nombre de tal firmante. Si los discursos pueden ser mercancía, por eso el sujeto posee propiedad intelectual sobre el mismo, quiere decir que el discurso de Hessen también. ¿Cuál es el libre mercadeo propugnado por Candela si el mercado de discursos posee discursos-productos que dañan, dentro de esa libertad, a otro producto? En un mercado los productos se eligen en función de su calidad y precio (no los artículos básicos) pero Candela confunde producto y discurso y habla en nombre de un orden que no debería controlar productos-discursos para que sea un verdadero mercado libre. Pero en verdad su discurso-producto podría tener luego otro discurso del discurso-producto (infinitamente) por lo que no habría una afuera de libre mercado y por ende tampoco “orden” sino el orden del control y el “armazón social” del que habla Candela no sería sino un “armazón mercantil”. Si eso es cierto, y la Verdad deviene del discurso, entonces la Verdad depende de la demanda (una sujeción intersubjetiva). El programa evolutivo del firmante Candela es un mercado de valores y, ¿quién puede poner valor sobre esos discursos? Está claro que un discurso válido posee más valor que uno inválido (nadie estaría en desacuerdo con esto). Al inicio del blog de referencia la primera persona se introduce como escritor internacional y nacional (notación inane: luego se reitera como escritor nacional e internacional). El sujeto en cuestión asegura que puede “promocionar” la “calidad literaria” y que también puede valorar el “trabajo” de la segunda persona. Si la “calidad” la decide el mercado y el sujeto, como comprobamos, se encuentra dentro del mercado, está manipulando el mercado desde adentro decidiendo la calidad de un producto. Hessel podría hacer lo mismo pero su estadio evolutivo inferior, su carencia de experiencia histórica y, finalmente, su discurso falso devienen y son por medio del mercado influenciado por el propietario de la página.
            Analicemos también aquello de “propósito demagógico” y “estólido discurso populista” con que se califica el libro propiedad de Stephane Hessel. Si dicho libro es un producto, entonces su discurso demagógico y populista se vería justificado por sus propios fines: venderse en un mercado. En la parte inferior derecha de la página propiedad de Ignacio F. Candela se pueden ver hipervínculos a entidades corporativas denominadas “El Corte Inglés” y “La Casa del Libro”. Si se examina de cerca estas empresas se verá que sus fines son obtener beneficios (nadie negaría tal obviedad y mucho menos el emisor de este discurso). Dichas empresas también poseen, debido a sus fines pecuniarios (por usar un término caro al analizado), discursos populistas y demagógicos pero Ignacio F. Candela no sólo no los critica sino que los incluye como publicidad en los márgenes donde también pueden leerse sus títulos y reconocimientos institucionales.
            Sin ahondar mucho en este punto, se puede apreciar un hipervínculo que reconduce al lector-navegador a una revista literaria llamada LETRAS de la cual Ignacio F. Candela declara ser “crítico literario”. Al ingresar, la primera página de la revista manifiesta su solidaridad con el 15-M y la necesidad del “cambio del paradigma que nos gobierna”. El propietario de la página se muestra colaborador con lo que no está de acuerdo. La evolución humana desemboca en un sujeto inconsecuente.
            Examinemos cómo es el otro en el discurso de este escriba denominado escritor. “El libro es una llamada a sordos”, “Hessel es un farsante”, “ideólogos de pacotilla”, “estólido discurso”, “Los argumentos de Hessel no son consistentes y demuestran un desconocimiento supino” “La ignorancia es tan osada como esperpéntica; por eso ha perdido adeptos”, “Generalizaciones nada inteligentes ni veraces.”, “un nonagenario”, “aprovechando la escasa formación intelectual”, “Siempre habrá cabezas cuadradas para aleccionarles” y creo que ya.  El otro posee deficiencias y, en mayor medida, deficiencias del orden racional. El firmante Ignacio F. Candela es, a falta de ser deficiente, eficiente. Éste separa deficientes y eficientes según la “experiencia histórica”: ésta divide a los poseedores de un discurso duplicado cuyo original ya fue comprobado falso en la historia y el discurso original que no amenaza al sistema sino que resuelve sus deficiencias. El eficiente tiene experiencia histórica y sabe que el sistema actual es “el mejor de los mundos posibles” por lo que sus deficiencias son deficiencias nunca comprobadas históricamente. La Historia para el eficiente es un árbitro, es un ente superior que juzga la falsedad y la verdad procurando una purificación a medida que avanza (aquí atisbamos el logos del sujeto), es el bien supremo, es la sustitución de la Verdad y finalmente de Dios. No voy a señalar aquí cómo es posible que a estas alturas un denominado “crítico literario” confunda todavía ser y ente, ni señalar que el devenir objetivo de la historia procede de hombres de carne y hueso, ni tampoco lo que se llama historicismo. Continuemos con la historia-absoluta del discurso analizado. Supongamos que el signatario eficiente posee un libro de historia-absoluta cuya verdad cambiaría la opinión de los deficientes. Siguiendo con nuestro análisis y con las evidencias del texto analizado ese libro no escaparía al sistema-mercado (por lo que ya dejaría de ser absoluto) y su calidad tampoco escaparía a las valoraciones ya valoradas (recordemos que el discurso se iguala a las mercancías según el escriba) por lo que la “mayoría absoluta” eficiente es una consecuencia de su propia producción (la Verdad), de su propio consumo y de su control discursivo del mercado. Hay algo detrás de todo esto que hemos dejado de lado durante un tiempo ya, algo que ahora nos puede ayudar a [des]entender el discurso, se trata de la Ley. Quien esgrime contra los deficientes tiene leyes de acuerdo a su discurso: vimos la ley evolutiva, se constata también la ley del más fuerte, la ley del “mejor de los mundos posibles” y la ley de la mayoría. Estas leyes carecen de un antes y un después, las leyes no tienen origen, no hay un momento en el que “nazcan” desde el cual los hechos comienzan a suceder gracias a estas leyes. La ley puede cambiar nuestra manera de ver el pasado, puede explicar hechos que ocurrieron antes; no había más o menos gravedad antes de Newton. La ley no es un hecho histórico, la ley puede constatar o fundamentar hechos pero no es un hecho en sí. ¿Si la historia distingue eficientes de deficientes entonces de donde salen las leyes del discurso del signatario y quien las constata si no es la Historia? Al parecer el discurso es deficiente en ese sentido y la primera persona es, también, ser-sin historia. Al principio mencionamos el viejo concepto del tiempo como línea y sus síntomas. Este pensamiento mítico trae la vieja idea del mito determinista que el escriba posee: es nuestro destino como resultado y ahora hay un destino escrito que debemos continuar (“son directrices” “es una directriz” “el deber de aceptar las reglas”). Un imperativo evolutivo, en fin, determinista e inalterable. No es el único problema que el pensamiento de la línea trae consigo. El sujeto dibuja líneas paralelas: El tiempo ha demostrado la ineficacia de las utopías ante el pragmatismo de la construcción que deriva del conocimiento aprehendido por la experiencia histórica.*. Una vez más la historia-tiempo como entidad trascendental absoluta. Sin embargo, esta vez no controla la misma línea como cuando se incluye a las guerras para llegar al estado actual. Nada de eso. El escriba dibuja una línea paralela, desviada u oblicua, una línea otra (ante el “pragmatismo de la construcción”) que no nos ha legado la actualidad, no somos un resultado de la caída de las utopías, éstas, al parecer, fueron por otro camino y fracasaron. La línea es espacial (no digamos que la ciencia dejó de considerar el tiempo como línea unívoca) y la primera persona confunde el espacio con el tiempo. Las utopías sucedieron en otro espacio y son objetivables desde el pragmatismo pero si hay otras líneas ¿cómo sabemos que no estamos en otra línea? ¿Cómo sabemos que nuestra línea es la evolutivamente correcta si hay otras líneas históricas objetivables? Y si la historia es cronológicamente evolutiva en un continuum de causa y efecto ¿cómo repetir un suceso con exactamente las mismas coyunturas, condiciones y circunstancias culturales sociales y políticas? Porque, recordémoslo, si hemos evolucionado no podemos repetir el mismo experimento, ni los mismos errores, nadie puede. Y, finalmente, ¿si la historia del hombre es un discurso-mercancía dentro del mercado como enseña el texto del signatario, hecha por deficientes como él, quién puede decirnos lo que fue o es la ineficacia de las utopías? Este [de]nominado escritor, novelista, ensayista, poeta, crítico literario, etc. ha pasado tanto tiempo con las palabras que ha caído en lo que un escritor jamás debería caer: la trampa del lenguaje. Cree que existe algo así como una ideología (que el lenguaje puede categorizar y eternizar) y civilizaciones (que el lenguaje puede igualar en la palabra rompiendo toda su singularidad y temporalidad) que se reiteran en diversos espacios y tiempos (porque si fracasan solos es porque están aislados y su historia no afecta a la nuestra) haciéndole creer que esa Historia absoluta no nos ha alterado sino que nos ha solidificado (síntoma del ser de las palabras y su aparente inmutabilidad) para el progreso de sí.
            Me he extendido demasiado y si pudiera comprar más tiempo revisaría y abreviaría más mi análisis. Quiero apuntar solo dos notas finales. Adviértase la racionalidad del discurso del signatario Ignacio F. Candela que no su formalidad. Esa racionalidad de los óptimos resultados, del pragmatismo, la civilización casi perfecta, lo práctico, lo efectivo, la experiencia, el orden llevan al escriba a racionalizar al hombre (palabra prohibida en ese discurso) y cosificarlo haciéndole creer que éste es una criatura de intereses objetivable y totalmente predecible atrapada en la síntesis causa-efecto de la ciencia. El signatario dice que La ignorancia es tan osada como esperpéntica (...)* pero su intento no utópico, es decir, no teleológico es la imposibilidad de devenir-no ignorante (¿cómo ignorar el futuro para educarse?) y a la vez asegura el estado de cosas bajo la ley evolutiva (una ley que la ética no acepta para el hombre) resignándose al animal, al ser de la adaptación animal (diríase a la selección natural) y reduciéndose él mismo a un animal, a un esperpento. Sin embargo, el esperpento tiene un proyecto para sustituir el sueño, el fin y el futuro: el progreso. Afirma Todo progreso conlleva sacrificio pero es un sacrificio real y surte efecto cuando argumenta con justicia una carencia del sistema.* El esperpento no niega el debate ni el carácter discursivo del desarrollo (cuando argumenta) pero el único sacrificio (y “sacrificar” es perder, quitar o matar en pos de algo mejor según el sentido) es el discurso del otro para dárselo de comer a la Historia-Dios que no es más que una historia deficiente de tantas que se venden en el mercado. La civilización, la gran civilización del esperpento, se basa en el sacrificio (aclara que el “real”). Este es el mejor sueño que el hombre evolucionado puede anhelar, es su orden único e inalterable; un mundo donde el progreso sustituye al futuro y equivale al regreso, a la era de los sacrificios (algo hay detrás de ellos en esa palabra “real”).
            Apunto, fuera de la estrategia discursiva de análisis lo siguiente que escribe el esperpento: [de no aceptar las reglas] ir a contracorriente no es una muestra de rebeldía sino de un despotismo que puede reemplazar una mayoría absoluta que decide trabajar por mejorar las circunstancias colectivas y personales*. Si Hessel aceptó las reglas al colocar su discurso en un libro para venderlo y, a su vez, eso no es trabajar ¿qué esta haciendo Candela como parte de la mayoría absoluta que trabaja escribiendo novelas, ensayos, poemas, criticas, análisis políticos, ... ? Dado que su discurso procuraba ser auto-verdadero por su historia absoluta pero probó ser deficiente y esperpéntico sólo le queda una cosa: la Ley. Y, desde ella, seguirá vigilando y controlando el derredor mientras lo sustente[n].


[1] Ésta y todas las citas con asterisco pertenecen a Fernandez Candela I. (21 de nov. de 2011). «http://fcandelacriticaliteraria.blogspot.com.es»

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